domingo, 12 de enero de 2014

¿Por qué es tan complicado decidir?

   En esas instancias donde hay que tomar decisiones en el ahora, pero que sabes que tendrán trascendencia en el futuro... que daríamos por recibir algo que nos dijera que hacer y cómo actuar, algo que nos liberara pronto del conflicto de decidir.
   En mi vida de seudo-adulta, ósea, mi año sabático post-liceo y la etapa universitaria  (que termino el primer semestre del 2013) siempre estuve  en constante conflicto con mi presente-futuro, es decir, con esas decisiones que se deben tomar en el ahora, pero que sabes que tendrán una trascendencia importante en tu futuro.  No digo que haya sido algo negativo, solo menciono que me conflictuaba estar frente a las múltiples opciones que se me ofrecían y no tener ni idea de cuál elegir.

   Diré algo que, aunque escuche millones de veces en la boca de otros, sólo hoy me hace sentido,  “Esas etapas conflictivas son parte vital de la vida y a la larga, aunque no las disfruté en el momento que las viví, son algo muy positivo. Me obligaron a meditar, me obligaron a buscar a Dios más intensamente, aunque fuera sólo por el interés de una respuesta. Me llevaron, de una u otra forma, a depender de Dios, no sin molestias, incomodidades y angustias, pero con una inmensa paz y alivio como resultado del proceso” y como todo en la vida sé que todo ese proceso se repetirá nuevamente, no de la misma forma, ahora deberá ser con matices distintos -porque algo debo haber aprendido con todo y sí de verdad aprendí deberé afrontarlo aunque sea un poquito diferente- pero eso lo veré cuando ocurra…

   A la hora de decidir, descubrí que para mí, había dos instancias diferentes muy bien definidas. Una era que, simplemente, necesitaba tiempo para tomar la decisión y otra era que yo procrastinaba cuando tenía que tomar la decisión. Con respecto a la procrastinación me costó entender mis propias razones para hacerlo, pero finalmente encontré estás:
  • No querer asumir las consecuencias: Cuando se está frente a la necesidad de una decisión uno debe “decidir”, es algo obvio para la mayoría, pero la verdad, no era tan obvio para mí. Yo siempre pasaba por momentos en los que estaba aterrada de decidir, muchas veces simplemente no elegí ninguna opción y deje que las cosas pasarán. Lo que yo no sabía, o de lo que no me daba cuanta, era que no tomar ninguna opción también era decidir por una opción.  La opción que estaba tomando era no ser un participante activa de mi propia vida. Para mí era mucho más fácil o quizá no fácil, pero sí más seguro, que “otros”  decidieran por mi ¿Por qué? Porque mientras se es un seudo-adulto uno no siempre carga con los resultados y las consecuencias de sus decisiones. Decidir implica cargar con las consecuencias de nuestras decisiones,  sí son positivas entonces me auto-felicito ¿pero qué pasa si son negativas?... rayos, cargar en mi conciencia con la responsabilidad de que YO elegí mal, nooo! Es mucho mejor que cuando las cosas salgan mal y debemos asumir una consecuencia, esa consecuencia sea culpa del otro y no mía.
  • No querer decepcionar: ¿Por qué no quería equivocarme? Pues porque eso implicaba en algunos casos haber perdido para siempre la opción correcta,  pero sobre todo, porque implicaba quebrar la imagen que yo misma tenía de mí y eventualmente decepcionar a otros. No quería arriesgarme a perder a los otros (bueno, a los otros que son importantes y, de vez en cuando, a esos que realmente no importaban tanto). Era esa necesidad de agradar a los demás.
   Estas dos razones, entre otras, me detenían para tomar las decisiones que debía tomar.  La raíz de todo eso era “el miedo”…  rayos, el miedo sí ocupaba un gran lugar en mis momentos críticos. Miedo a equivocarme, miedo a cargar con  mis equivocaciones, miedo a decepcionar a los demás y a mí misma.  El miedo me congelaba y no me permitía actuar.

   Pero como podía ser presa de mi miedo si soy una persona que ha recibido la libertad en Cristo. Pues por eso mismo, porque la libertad es EN Cristo y sin mirarlo a Él, difícilmente podía vencer mis miedos.  Cuando comencé a mirar más a Jesús y menos a mí me fui liberando de mis miedos.  Yo tenía miedo de decepcionar a los demás, no dar a la talla de lo que se esperaba de mí, pero… en realidad, ¿qué era lo que se esperaba de mí? ¿Se esperaba realmente algo o yo me estaba creyendo ese cuento? y si lo otros realmente esperaban algo... ¿por qué yo me estaba obligando a cumplir con eso?  Lo que yo realmente esperaba era ser aprobada, lo cual no es malo, pero estaba mal enfocada sobre “de quién debía recibir esa aprobación”.  Al mirar a Jesús me di cuenta de que Él no me exigía nada de lo que yo me estaba exigiendo, de que Él no me pedía más de lo que yo podía dar, de que no necesitaba agradar al resto sino que sólo debía agradarlo a Él  y que agradarlo implicaba hacer las cosas por “amor” y no por “temor”.

   Comprendí que sí tenía que ser una participante activa de mi propia vida, de que no se valía dejar el peso a los demás de mis consecuencias y que mis decisiones YO las tomaba, pero que sí miraba a Jesús podía ser orientada en cuales y como tomarlas. Ser guiada implicaba dejarme guiar, que es lo que quizás más me cuesta. Mis decisiones podían ser guiadas por las enseñanzas que Dios me dejaba en su palabra, pero no bastaba sólo con eso, debían dejar de actuar por "temor" y hacerlas por “amor”. Eso no garantiza que no pueda equivocarme y que no me pesarán mis consecuencias, pero si me da la paz de saber que no lo estaré enfrentando sola. Y digo esto como para quien esa información y vivencia no era nueva, como quien ha vivido muchos años siendo cristiana y siempre intentaba confiar y ser guiada por Dios y que sabía que Él siempre estaría ahí para mí, pero que al no enfocarse en la persona correcta no podía vivirlo en plenitud. Estaba enfocada en la persona incorrecta, estaba enfocada en mi o en otros, pero no en Jesús.

   Enfocarnos en Jesús inevitablemente disipará los miedos y traerá las motivaciones correctas a nuestro corazón. Enfocarnos en Jesús no es solo mentalizarse en pensar en Jesús, sino enfocarnos en la grandeza de su sacrificio y las bellas consecuencias que eso trae a nuestras vidas, es alimentarnos de sus enseñanzas a diario, es poder ver que Dios es más grande que todo lo que vivamos, pero que nada de lo que vivamos le es ajeno a Él. Si estás en una de esas decisiones enfócate en lo importante, reenfócate en lo vital. Mi reflexión no te ofrece una respuesta, ni una solución específica a tu situación en particular, pero si una experiencia que de seguro es similar a la tuya y que me dio a mí la solución concreta y universal a todas las instancias conflictivas en las que debo tomar decisiones:


 “Enfocarse en Jesús”.
y así dejar de hacer y decidir por temor y comenzar a hacerlo por amor

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