Hay situaciones dolorosas que nos
marcan, nos dejan heridas y la lógica no las hace más soportables. Por el
contrario, mientras más pensamos en ellas, más dolor nos causan. En estos días
he vivido algo de eso y he descubierto más belleza de la que creería que se podía ver en el dolor.
Cada circunstancia dolorosa a
pesar de ser única y particular sigue patrones comunes en las consecuencias que
en nosotros provoca. Cualquier circunstancia dolorosa nos deja heridas, ya
seamos culpables o víctimas o ambas cosas. Toda vivencias deja huellas y las
vivencias desagradables nos dejan raíces que hacen que todo lo que vivamos
luego tenga un sabor amargo, tenga algo de nostalgia y no lo disfrutemos en su
totalidad. Toda circunstancia dolorosa nos deja atados de alguna forma y no
podremos seguir a menos que seamos libres de esa jaula que nos ha aprisionado.
Podemos reaccionar evadiendo la
realidad o sumiéndonos por entero en ella, pero en ambas opciones llegaremos a escarbar
en las razones, en las culpabilidades, en los motivos y las decisiones. Los ¿Por
qué? ¿Para qué? y ¿Cómo? Inundan nuestra mente y se mantienen como un constante.
Escarbar no nos hará libres porque NO se trata de saber y saber y saber, se
trata de comprender. Pero no sólo comprender las circunstancias, porque puede
que ni siquiera podamos comprenderlas, sino comprender la trascendencia de ello
en nuestra vida. En el mapa de nuestra vida ¿Dónde se ubica esto que hemos
vivido? dentro de mis circunstancias ¿Qué se supone que aprenda? Y Dios… ¿Él
tiene que ver con esto?
Es en este paso donde se necesita
ser honestos, ser descarnadamente honestos con nosotros mismos y buscar la verdad de esas preguntas, no la
verdad que nos conforme, sino que la “verdad”. La confusión es común y es por
eso que necesitamos ayuda externa, por nosotros mismos no llegaremos a la
verdad. En mi caso dos cosas son fundamentales: La comunidad y la palabra.
La comunidad conformada por aquellos
que nos aman, somos seres sociales y necesitamos de los otros. Ellos nos brindaran los brazos donde cobijarnos y las
palabras suaves o duras que necesitamos porque de seguro ellos podrán ser más
objetivos que nosotros al ver la realidad. Por otra parte, la verdad de
nuestras circunstancias es superada por una verdad suprema y esta está
contenida en la palabra “cuando el corazón se desequilibra, cuando el mundo se
desordena, la palabra trae orden tanto a fuera como a dentro” (Como pastorear y
ser pastoreados, Jorge Atinencia). Pero como es común, no recordaremos esto
cuando estemos confundidos y la comunidad será quien nos lo recuerde.
La búsqueda de la verdad debe llevaros a la libertad, pero
hay un paso previo “el perdón”. Toda circunstancia dolorosa deja heridas y hay
culpables de esas heridas a quien debemos perdonar. Ese culpable puede ser otro
o podemos ser nosotros mismos. Mientras no perdonemos no seremos libres de la
jaula. La jaula no sólo es el dolor sino la culpabilidad. La mayor verdad
contenida en la palabra es la redención, Jesús nos ha redimido de las
culpabilidades. Él ha venido para que seamos libres “Jesús: … me ha enviado a
proclamar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos o poner en libertad a
los oprimidos” (Lucas 4: 18)
Aquello que te dañó fue redimido,
aquel que te dañó fue redimido. Eso debes creerlo porque esto es sólo asunto de
fe. Perdonar no es un obsequio sólo para quien recibe el perdón, sino también para
quien perdona. Perdonar nos hace libres. Perdonar es dejar que la herida sane, que la herida
sane quita el dolor, cuando el dolor se va la circunstancia ya ha pasado. Es
ahí donde podemos ver que hemos aprendido y seguir, no seguiremos como antes,
quedarán cicatrices que serán muestra de que hemos superado algo, hemos vivido
y hemos crecido “todo tiene su tiempo… el momento en que se hiere, y el
momento en que se sana… el momento en que se llora, y el momento en que
se ríe.."(Eclesiastés 3)
Jesús ha redimido TODO… esto que vives también.